Thursday, February 15, 2007

Fotos de Tijuana

A Alex Philips Jr,
in memoriam

A Tijuana la han retratado muchos fotógrafos, desde Sebastiao Salgado y Graciela Iturbide hasta Lourdes Grobet y Elsa Medina. Ahora en este libro, Letras de luz, preparado por Pablo Guadiana, los artistas de la cámara son tijuanenses: han crecido y viven en Tijuana, en la Tijuana interior, y tienen por tanto la visión desde adentro, no la del extranjero ni la del mexicano proveniente del sur.
Diez hombres y una mujer (Ivonne Venegas) comparecen en esta reunión de sombras y luces y cada una de sus miradas nos muestra y reconstruye una Tijuana particular y subjetiva. No hay dos Tijuanas iguales y con ello nos refrendan René Blanco, Miguel Cervantes, Alfonso Lorenzana, Manuel Bojórkez, Enrique Trejo, Roberto Córdoba, Julio Orozco, David Maung, Vidal Pinto y Yiri Manrique, que más que un discurso la fotografía es una lectura.
El trabajo del fotógrafo, dice Ferdinando Scianna, consiste en concentrar en un solo gesto la mirada, el azar y el pensamiento. Porque la fotografía no es únicamente un modo de ver sino también de sentir, de pensar el mundo y la vida. Y no otra cosa van revelando las imágenes de estos fotógrafos fronterizos. Y no se trata de una Tijuana como ciudad tradicionalmente trazada, con la plaza y la iglesia y el palacio municipal en el corazón. No. Se trata de una continuidad de parches, de un caos que constituye en sí mismo su propia estética.
Por lo común un libro referido a una ciudad suele poner en relación las calles y las casas, los edificios y las calles habitadas por transeúntes, la soledad o la algarabía de los parques, la vida cotidiana y el trajín de los mercados. Pero esa concepción editorial y fotográfica corresponde a la ciudad clásica del siglo XX: Barcelona, Paris, Londres, Nueva York incluso. La Tijuana del siglo XXI escapa a esa categoría urbana convencional y representa lo que configura una ciudad interpuesta, entre una cultura y otra, entra una economía y otra, en un planeta de siete mil millones de habitantes, con todas sus resonancias de población excesiva, de emigraciones e inmigraciones, de identidades nacionales despedazadas.
A René Blanco no le inquieta el trazo urbano —por lo demás inexistente— ni la ciudad material. Le atraen las escenas de violencia justamente por su excepcionalidad. Congela el rostro de Mario Aburto, asustado y sucio, justo un minuto después del crimen en Lomas Taurinas. Hay escenas en la sala de emergencias, enfermeros y ambulancias, féretros, y la foto de su propio padre acribillado, Jesús Blancornelas, al ser rescatado en una camilla.
Ese sesgo periodístico también lo tiene Miguel Cervantes Sahagún: sus personajes son muertos. “La muerte es mujer” titula una de sus tomas, la de un cadáver cuyo rostro cubre una bolsa de plástico. Páginas después cuelga de un poste el cuerpo sin vida de un electricista que recuerda a los colgados de la guerra cristera. Para Miguel Cervantes su trabajo fotográfico a lo largo de toda su vida en Tijuana ha sido una lucha contra el estereotipo que imponen los fotógrafos venidos de otras partes.
La mirada de Ivonne Venegas revela un mundo personal y cierto tipo de personajes. Porque lo fundamental de la fotografía para ella es una búsqueda de ese lado en el que “nos vemos como humanos, o en le que no se siente la obligación de cumplir con las apariencias falsas”.
Desde que hizo su libro Retratos desde Tijuana empezó a percibir una realidad que se le imponía, imágenes con una suave calidad de humana imperfección: “Muchas de las fotos eran instantes que podían ser vistos como errores, cosas que normalmente un fotógrafo de bodas desecha o edita, como fotos de asustados o de cuando alguien está apunto de llorar”.
Si bien en un principio Alfonso Lorezana se solazó en el retrato y en cierto modo en la búqueda del alma de personaje impresionado e impreso, con los años volvió su mirada hacia su entorno y abordó de nuevo el color y la dinámica urbana, “tratando de darle otra perspectiva a toda esa simbología efímera del grafitti y de las pintas anónimas que decoran las calles y los edificios de Tijuana”.
Si las afueras de Tijuana son el mar y el bordo que separa a los dos países, Roberto Córdoba ha estado allí en las inmediaciones, en los cañones de la orografía tijuanense, captando el flujo y el reflujo de la emigración. Imágenes que un día se ven más pobladas que otro, como si observara desde lo lejos un hormiguero, sus fotografías dan cuenta del drama de estar entre dos aguas, entre un mundo y otro que aún no se manifiesta.
Crónica de un instante, según Salvador Elizondo, elección del momento clave e inconsciente, según Cartier-Bresson, la fotografía también preserva la memoria y es memoria y pensamiento. Si el escritor piensa primero y escribe después, el fotógrafo actúa fotográficamente en cuanto piensa: escribe o graba pensamientos en el acto. En cierto modo, fotografía su propio pensamiento. Y en esa mirada siempre hay algo de inconsciente y espontáneo, no controlado, y por ello mismo si varios fotógrafos fotografían la misma cosa, el mismo rostro, la misma persona, sus placas nunca serán iguales, por un cambio de luz, por una diferencia de grado en el punto de vista. De ahi que tengamos aquí, entre estas páginas conmovedoras e inquietantes de Letras de luz, una multiplicidad de tijuanas que en la diversidad plástica conforman una sola, probablemente la que más se aproxima al imaginario colectivo de los tijuanenses.
Justo por su doble estatuto de documento y de representación subjetiva, la fotografía es la invención ambigua por excelencia en el caso ejemplar de estos once fotógrafos que siguen en la búsqueda del alma tijuanense. Sus fotos son la memoria, la lectura de una época y de un lugar que dejan para las subsiguientes generaciones.

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