Wednesday, May 20, 2009

Los escritores y la fotografía

La fotografía es una
lectura, no una escritura.

—Ferdinando Scianna



Desde que empezó a difundirse por todas partes el invento fotográfico en 1839 los primeros que reaccionaron fueron los escritores, sorprendidos como sucede siempre ante una novedad tecnológica. Les preocupaba el futuro de la pintura, especialmente el retrato. Es célebre el ensayo que al respecto escribió el poeta Charles Baudelaire.
Viene al caso el asunto porque el 4 de junio próximo se celebrará en Madrid un coloquio justamente sobre esta antigua reflexión sobre la fotografía que de manera muy perturbadora alude al tiempo, la memoria y la muerte.
En el encuentro madrileño, que forma parte del Festival Internacional de Fotografía PhotoEspaña 2009, varios investigadores, poetas, diseñadores gráficos, fotógrafos y escritores, discurrirán sobre las diferentes percepciones que se tienen desde la fotografía y desde la literatura. Algún de ellos se referirá tal vez a lo que, hoy en día, se reconoce como un pensamiento filosófico que gira en torno a la fotografía y que nunca como ahora había acumulado tantas fecundas teorías.
El tema se puede abordar desde dos perspectivas: lo que han pensado los escritores sobre la fotografía y, en segundo lugar, el uso de la fotografía como motivo o “personaje” de las historias de no pocos novelistas y cuentistas.
Para orgullo nuestro, podemos decir que una de las meditaciones más profundas y sabias que se han expresado sobre la fotografía es de Salvador Elizondo. Lo escribe en su ensayo sobre Nicéphore Niépce, que desde 1882 descubrió los principios en que se funda la ciencia o el arte de la fotografía.
A 180 años de distancia “de la primera detención visible del curso del tiempo”, escribe Elizondo, nos damos cuenta de que sin las realizaciones de Niépce las dos nociones en las que se sustenta la vida política y la vida de relación en general serían inconcebibles: la información y la comunicación. También serían imposibles dos de las más altas funciones del Estado: el archivo y la propaganda. Y es en su novela Farabeuf donde se ve, en la previsión de una estética, la función narrativa que va cumpliendo la fotografía en la representación de un suplicio chino o en la “crónica de un instante”.
Una de las narradoras mexicanas más inquietantes del momento, Guadalupe Nettel, ofrece como primer cuento de su libro Pétalos un relato cuyo personaje es hijo de un fotógrafo cirujano plástico especializado en oftalmología. Pero dentro de esta especialización se dedica sólo a fotografiar párpados de mujeres que pronto entrarán al quirófano.
Otro de nuestros escritores, Mario Bellatin, construye una fantasía japonesa al imaginar a un tal Nagaoka que fue fundamental para la concepción de lo fotográfico. Lo dice desde el título: Shiki Nagaoka: una nariz de ficción.
También Arturo Pérez-Reverte, en su novela El pintor de batallas, hace de la fotografía un mecanismo que intervendrá en la creación del artista frente al lienzo.
En La montaña mágica, de Thomas Mann, hay también un asunto amoroso que emana de la contemplación de una radiografía de tórax.
¿La radiografía es fotografía?
En “Las visitas”, un cuento de Rodrigo Moya, tiene su lugar la fotografía como detonante de la más cruel de las memorias.
Pero sin duda, al menos para la generación de los años 60, una de las utilizaciones más inventivas de la fotografía como recurso literario está en un famoso cuento de Julio Cortázar: “Las babas del diablo”. El personaje narrador descubre una situación turbia al amplificar uno de sus fotogramas. Por eso Michelangelo Antonioni reconoce en ese cuento la idea matriz de su película Blow up.

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Cuidado:
“Las babas del diablo” también ha sido publicado como “Las barbas del diablo” y como “Las balas del diablo”. Donde dice barbas debe decir babas y donde dice balas debe decir babas.