Sunday, April 02, 2006

Ferdinando Scianna

DUERMO, LUEGO EXISTO

No es la menor de las fascinaciones que promueve la fotografía el que cada fotógrafo tome una foto distinta de cada rostro o de cada objeto. Por semejantes que sean las condiciones de la distancia o la luz, cada fotógrafo opta por una velocidad o un encuadre diferentes y proyecta lo más íntimo de sí mismo cuando elige un determinado fotograma y no otro. ¿Por qué uno, cuando es fotografiado, resulta otro y distinto según el fotógrafo: una invención del artista que siempre tiene algo extraño que ver con la muerte y la memoria?
Más rápido que el pensamiento va la imagen cuando se produce el “instante decisivo” del que hablaba Cartier-Bresson y lo que importa en definitiva, al final, es que las fotografías tengan alma y una cierta, muy particular mirada.
No es otro el caso del siciliano Ferdinando Scianna, nacido en Bagheria, a un paso de Palermo, el 4 de julio de 1943, y que acaba de publicar dos libros maravillosos: Dormire, forse sognare y Viaggio a Lourdes. En el primero se muestra fiel a su manía de retratar gente dormida a lo largo de sus viajes (en Colombia, India, África, Asia): un homenaje al durmiente (que es un animal sagrado, decía Pepe Revueltas), un inventario del sueño. El segundo es un reportaje sin palabras sobre la peregrinación de un grupo de italianos a Lourdes.
La primera noticia que tuve de Scianna fue por el crédito que se le daba en unos retratos fotográficos de escritores sicilianos, los mismos que por cierto adornan las paredes de la Librería Italiana aquí en México, en la plaza Río de Janeiro. Después lo conocí personalmente cuando se dio un brinco de Oaxaca -había estado fotografiando a unas modelos en Cuilapan- y nos tocó la puerta de nuestro departamento de Estocolmo, en la colonia Juárez. Nos pidió que lo acompañáramos a ver a Garciela Iturbide y a Manuel Álvarez Bravo. Al día siguiente Graciela lo llevó a visitar el archivo Casasola en Pachuca, que no quería perderse.
Scianna empezó a tomar fotografías desde muy joven, en 1960, a los 18 años, cuando estudiaba literatura y filosofía en la Universidad de Palermo. En 1962 conoció a alguien que habría de ser una de sus amistades más significativas (por su lazo afectivo y su afinidad artística): Leonardo Sciascia. Fotógrafo y escritor se conocieron porque una vez, cuando a los diecinueve años montaba su primera exposición en Bagheria, Ferdinando Scianna se encontró con una página en el libro de visitantes llena de elogios y entusiasmos, en tinta negra, firmada por alguien que por allí había pasado: Leonardo Sciascia.
Con el autor de Las parroquias de Regalpetra publicaría en 1965 Fiestas religiosas de Sicilia y elaboraría en 1989
-junto al maestro tipógrafo Franco Sciardelli, también siciliano avecindado en Milán- un bellísimo pequeño libro de toda su relación amistosa con el novelista siciliano, de 1964 a 1989. Como un pasaporte de elegante color negro, Leonardo Sciascia fotografato da Ferdinando Scianna inaugura no sólo una colección sino una idea editorial: la que pretende recoger una relación amistosa y creativa, entre un escritor y un fotógrafo a lo largo de muchos años (como la que podría realizar Ricardo Salazar con Juan Rulfo, Rogelio Cuéllar con Octavio Paz, Juan Miranda con Vicente Leñero o Paulina Lavista con Salvador Elizondo). Así, el curioso libro abre con una fotografía de Racalmuto, el pueblo de Sciascia en la región de Agrigento, y continúa con sucesivas imágenes del novelista hasta el día de su muerte. Se siente el paso del tiempo: la sonrisa de la madurez, la alegría del creador, la enfermedad que lo visita en sus últimos días de 1989.
Trasterrado a Milán a partir de 1966, Scianna emprende como fotógrafo independiente un intenso periodo de reportajes gráficos que lo llevaron a Estados Unidos, Africa, y América Latina.
Durante nueve años, de 1974 a l983, Scianna fue corresponsal en París de la revista italiana L'Europeo, pero de allí también se desplazaba a diversos lugares del mundo en los que había estado antes: el Chile de Salvador Allende, el Uruguay de los Tupamaros, la Etiopía de las hombrunas y las sequías, la Checoslovaquia donde los soldados rusos le apuntaron y secuestraron sus fotos. ECCO LE FOTO CHE I RUSI CI AVEVANO SEQUESTRATE, se leía en una portada de L’Europeo de 1968.
Unico italiano en el equipo de la agencia Magnun, fundada por Robert Capa y Henri Cartier-Bresson, el fotógrafo siciliano fue uno de los seleccionados para ilustrar el número de la revista American Photo (marzo-abril, 1992) dedicado al "Euro style", es decir, a los mejores fotógrafos europeos. Asimismo, en la sección fija de esa publicación que aparece en su última página, bajo el título de Case study, donde un fotógrafo cada mes despliega todo el instrumental -cámaras, lentes, exposímetros- que sale de sus bolsas, el fotógrafo elegido para ese número de 1993 fue Ferdinando Scianna. "Respeto mucho mi equipo. Pero no soy un coleccionista de cámaras. Una cámara tiene que trabajar bien. Eso es todo", declaró entonces, mientras mostraba dos Nikon FM2, una Canon EOS 10S, una Nikon N6006 y otra Nikon F-801 (la versión europea de la N8008).
No es fácil decidir cuál es el libro de Ferdinando Scianna que mejor representa su sensibilidad de hombre y de artista, su mirada, su no infrecuente tristeza, su compasión.
En todas sus fotografías se entrevé la misma mirada, ese ojo del inconsciente que atrapa el "instante decisivo" sin que medie ninguna premeditación intelectual entre su retina y la realidad congelada, aunque "cada fotografía sea un pensamiento: un pensamiento visible", como dice Manuel Vázquez Montalbán en el prólogo que escribió para Le forme del caos: una summa de toda la obra de Scianna a lo largo de los últimos 30 años.
Precisamente en esa muestra antológica que fue Le forme del caos, inaugurada en la romana Villa Medici el 29 de junio de 1992, las imágenes de la Sicilia de Scianna recorren las salas de la galería: desde las fiestas religiosas de los años 60 a las últimas tomas de la modelo holandesa Marpessa.
Puede disfrutarse en sus páginas el recorrido que por este mundo ha hecho el fotógrafo, desde la imagen de un perro escuálido que sorprendió en una de las calles de Benares (India) hasta otra de Jorge Luis Borges que le tomó en Palermo en 1984. Multitudes en Etiopía o en la India, rostros que se aparecen y se escabullen en diversos pueblos sicilianos, mujeres cubiertas del rostro en parajes tunesinos, testimonios del horror y la desolación en las heladas avenidas de Nueva York o en el metro parisino, van permitiendo adivinar la mirada de un fotógrafo de nuestro tiempo que quizás ha logrado su libro más redondo en Kami.
El título del volumen es el mismo del pueblo minero de los altos bolivianos -en actividad desde 1908, pero extraordinariamente productivo en los años 30 cuando se le descubre tungsteno y es adquirido por Simón I. Patiño- que frecuentó Ferdinando Scianna en 1987. "El campamento donde viven estos hombres y mujeres y niños, estos mineros, se llama Kami, como la montaña de la cordillera de los Andes bolivianos, a más de 3 800 metros de altitud", cuenta en el prólogo el fotógrafo-reportero-escritor. En Kami, Bolivia, los nombres que designan la historia y la geografía son nombres de montañas y minas que en su "oscuro y duro vientre insinúan cientos de kilómetros de galerías: el cerro de Potosí, que durante siglos fue le ubre generosa de oro y plata y uno de los centros del mundo, Llallagua, Catavi, Siglo XX, Huanuni, Milluni, Kami..."
Los testimonios de los mineros, pocos, muy suscintos, acompañan las fotografías del frío y de las bodas, la banda de música de las ceremonias familiares, los óvalos de rostros y sombreros y panes recién horneados, las henchidas mejillas de la coca, las fotos en las paredes del hijo uniformado y ausente, los cascos metálicos con foco al frente, los afelpados bombines de las mujeres.
Ha sido ésta, pues, la descripción de la realidad de Kami, no completa ni exhaustiva, que ha hecho Ferdinando Scianna. "Para que fuese completa debí haber utilizado el lenguaje del médico, del antropólogo, del sociólogo, del economista, del historiador, del político. Pero no tengo ninguno de estos oficios. Tan sólo la he hecho de fotógrafo, con humildad, con orgullo, tratando de utilizar lo mejor que pude los instrumentos de mi propio lenguaje", dice Scianna.
"Durante mi último viaje a Kami expuse parte de las fotografías en el hospital. Toda la gente del campamento vino a verlas. Las señalaban riendo. Muchos me pidieron unas copias. Espero que se hayan reconocido en estas fotografías de la misma manera en que yo, a través de las mismas, he tratado de reconocerme en ellos."
Otro de sus más recientes libros, Marpessa-Un racconto, en el que retrata a la modelo Marpessa en las calles y los rincones de varios pueblos sicilianos, como su nativa Bagheria, puede parecer paradójico si se recuerda la trayectoria del fotógrafo: sus imágenes de las fiestas religiosas, sus instantáneas de los soldados soviéticos en las calles de Praga, el cadáver de una víctima de la mafia, las multitudes de la sequía y la hombruna en las zonas rurales de Etiopía, la desolación de ciertos habitantes neoyorkinos o parisienses, los puentes de Manhattan, los asistentes a los funerales de Sartre en un cementerio de París, los rostros de los mineros de Kami, Bolivia, que componen Kami, su mejor libro, su obra maestra tal vez. Sin embargo, tanto sus trabajos para la industria de la moda como sus reportajes gráficos forman parte de una obra integral que no puede parcelarse, y la prueba de esta manera de integrar la trivialidad de la moda a la soledad de los rostros en los rincones de los pueblos meridionales está en cada una de las páginas de Alrove, reportage di moda, el recuento de un fotógrafo que en el mundo de las modelos da continuidad a su muy personal percepción de la vida.
Fotógrafo que sabe escribir, Scianna se encarga asimismo del prólogo de Il piaciere di leggere (Ed. Franco Sciardelli, Milán, 1997) que reúne las fotos del húngaro Andrè Kertész, muerto en Nueva York en 1985: personajes de diversos tiempos y lugares (Nueva York, París, Budapest) que cometen en un basurero o en un parque, en una azotea o en un tren, el acto antisocial de nuestro tiempo: leer.
“Kertész propone, me parece, en este momento histórico, otras interrogantes de fondo, como quien se pregunta si el sentido de las cosas aún se puede leer -o escribir-, o si la lectura todavía es el gran juego a través del cual se descifra el mundo. Cosa que, después de haberlo sido durante siglos, para bien o para mal, ya no estamos seguros de que siga siéndolo. Aunque se puede creer, cuando vemos las fotografías de Kertész, que el mundo es un gran libro”, escribe Scianna.
Como casi todos los fotógrafos y todos los artistas, Scianna no es afecto a andar dando explicaciones de sus obras. Sin embargo, al final de Dormire, sognare forse incorpora esta anotación:
“Si la realidad es, como yo creo, el espejo del fotógrafo, y no a la inversa, recorrer las decenas de miles de imágenes que durante tantos años nos va entregando la cámara es como verificar aquella terrible hipótesis de Vitaliano Brancati: que una imagen al día del rostro de un hombre, desde el nacimiento a la muerte, no es sino la vertiginosa proyección de una vida.”

1 comment:

Francisco Ortiz said...

Buen texto. Y acertado: yo creo que en Scianna se ve muy bien la compasión.